¿Dónde está el límite?

Las últimas cinco temporadas nuestro deporte del bass ha dado un giro a nivel mundial y generado mucha polémica. El primero de los cambios lo vimos en la edad de los campeones, tanto del BASS, MLF o PBF. Hace dos décadas, la media de los vencedores era de unos 60 años. Hace diez tan solo de 40 y esta última temporada se ha desplomado hasta los 23. Esta estadística demuestra que los deportistas más jóvenes disponen hoy de más oportunidades y su curva de resultados es mucho más rápida.   

Si es cierto que en Estados Unidos se han potenciado mucho las becas y los equipos universitarios. Los estudiantes pueden ahora combinar su formación académica con una liga nacional. Esto ha llevado a algunas familias (que sueñan con que su hijo sea el próximo Kevin Van Damm) a equiparlos con “rigs” asombrosos, compuestos de todo terrenos y embarcaciones de 150.000 dólares. Un lujo al alcance de pocos. 

Pero según la opinión de la mayoría, el causante principal de estos cambios ha sido la aparición de las nuevas tecnologías. En especial de las sondas en tiempo real (forward facing sonar FFS) tipo panoptix o active target. 

No hace muchos años vimos con asombro como algunos pros se colocaban dos pantallas juntas para tener más información.  Hoy es difícil encontrar a un barco en alta competición que no lleve montado -como mínimo- cuatro pantallas activas, y el equipo “estándar” son tres sondas en proa y dos en consola. Si el barco es de un pro entre la elite del 2024, ya los vemos con 5 pantallas en consola o proa y un total de 9 sondas y 5 transductores por embarcación. Mas de cincuenta mil dólares en electrónica sin contar motores eléctricos, power poles o baterías. Una auténtica locura. Pero más que su precio astronómico, lo que suscita mayor polémica son las consecuencias de toda esta modernización, que parecen permitir que un joven aficionado (con poca experiencia y recorrido deportivo) compita cara a cara e incluso destrone a profesionales más veteranos. En otras palabras….la tecnología está ganado la partida a los conocimientos y experiencia.  

Otra de las consecuencias es el cambio radical en los estilos de pesca. Si antes el pescador debía conocer los hábitos del pez y su situación estacional para localizarlo; hoy, aquellos que dominan esta tecnología, pueden encontrarlos mucho más rápido. Los patrones de comportamiento están perdiendo fuerza y la mayoría de pros dedican todo su tiempo a perseguir individualmente a ejemplares por el embalse sin apartar la vista de sus monitores. De aquí nació el término “video game fishing” o pesca de video juego. 

Del mismo modo las técnicas de orilla o power fishing están quedando relegadas y lo más habitual es encontrar a competidores con cañas de finesse en aguas abiertas con señuelos de pequeñas dimensiones. 

Se mire como se mire…los cambios en nuestro deporte son evidentes.     

Para ser justos (y también como usuario del panoptix de garmin) no tendría sentido criticar algo que yo mismo utilizo y que me parece fascinante. Sin embargo, si empiezo a tener dudas y a pensar que quizás estemos llegado a un punto de no retorno, donde la tecnología y el “espíritu” de nuestro deporte lleguen a chocar.  No podemos permitir que la acumulación de electrónica desbanque uno de los mayores alicientes de esta afición ancestral que es fundirnos con la naturaleza para descifrar sus misterios sin ayuda. Con esto no digo que deba prohibirse. ¡Nada de eso! Yo también disfruto de sus posibilidades; pero si entiendo que será necesario en el futuro regular el número de monitores y transductores que puedan usarse en competición. De lo contrario, pronto terminaremos utilizando cascos de realidad virtual o IA y llevando más pantallas que un transbordador espacial. Hoy estamos presenciando una auténtica carrera para ver quien puede poner más electrónica y dinero sobre una embarcación y así obtener una ventaja extra (electrónica) frente al resto de competidores. Algo que no parece muy deportivo.

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